Yo nunca fui miedoso, me considero más precavido o curioso que otra cosa. Siempre antes de dormir me gustaba mirar la mirilla de la puerta, en el fondo siempre tenía la corazonada de que algo iba a aparecer. Escuchaba un ruido e iba corriendo rápidamente a asomar el ojo, pero siempre veía lo mismo: el palier de mi edificio , con las paredes pintadas de amarillo, el ascensor antiguo que de vez en cuando funcionaba y las escaleras de mármol que parecían infinitas. Sin embargo, una noche fría de invierno me levanté al baño. De repente, una extraña y peligrosa curiosidad me invadió y decidí ver la mirilla como lo hacía siempre. La luz estaba apagada, solo había oscuridad, solo veía negro. Cuando el reflector se iluminó, allí estaba él, mirándome fijamente, como si quisiese entrar en mí, ahí estaba el miedo. Era oscuro, alto, siniestro y no parpadeaba. Mi cuerpo quedó completamente paralizado, tenía la sensación de que algo se aferraba a mí y no me dejaba moverme. De golpe, la luz se apag...